Gustavo Macalpin: Entre la Fama, Morbo, Ignorancia y Corrupción
- Jaime Alfonzo
- 10 oct 2024
- 4 Min. de lectura

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Columna de opinión de Jaime Alfonzo.
Gustavo Macalpin: Entre la Fama, Morbo, Ignorancia y Corrupción
El despido en vivo del comunicador Gustavo Macalpin se ha convertido en un espectáculo mediático que ha captado la atención a nivel nacional e internacional. Más allá de la imagen del comunicador sorprendido, del abrazo forzado y de la despedida improvisada, se encuentra un entramado que revela las complejidades del poder, la fama y la corrupción en la política y los medios de comunicación de Baja California.
Macalpin, conocido por su programa de entretenimiento y crítica política en Canal 66 de Mexicali, recientemente cruzó una línea que pocos se atreven a tocar: señaló a Carlos Torres Torres, esposo de la gobernadora de Baja California Marina del Pilar Avila Olmeda, como el verdadero poder tras el trono. Especulando que Torres es quien realmente toma las decisiones, no su esposa, desnudando así una de las prácticas más comunes y menos visibles en la política local: el gobierno de facto a través de terceros.
Torres, quien ha transitado sin remordimientos de las filas del PAN al partido en el poder, MORENA, parece haber encontrado en la Cuarta Transformación el disfraz perfecto para sus intereses personales. De opositor a ferviente defensor del régimen actual, ha usado su influencia para controlar la política en Baja California, decidiendo quién ocupa cargos y allanando el camino para que sus aliados mantengan el poder. Incluso se rumora que ha impuesto al actual presidente municipal de Tijuana Ismael Burgueño y prepara el terreno para el sucesor de su esposa en la gobernatura, las críticas de Macalpin no fueron bien recibidas sobre todo por el reciente nombremiento de Carlos Torres como encargado de coordinación de proyectos estratégicos del actual Ayuntamiento de Tijuana.
La decisión de despedir a Macalpin en vivo, con el director del canal, Luis Arnoldo Cabada Alvídrez, agradeciéndole por sus años de servicio, no parece haber sido una simple medida administrativa. Este tipo de humillación pública en horario estelar tiene todas las señales de una represalia cuidadosamente orquestada. Para que alguien salga en televisión a humillar de esa manera a un comunicador, la orden debió venir de altas esferas, probablemente a cambio de favores o futuros contratos, mostrando cómo se entrelazan la política y los intereses privados en una cadena de favores y corrupción.
Aquí es donde se empiezan a manifestar las cuatro dimensiones que rodean este caso: la fama, el morbo, la ignorancia y la corrupción.
La fama ha tocado a Gustavo Macalpin de manera irónica. Antes de su despido, era un comunicador conocido en Baja California; ahora, su rostro y su historia circulan en medios de todo el país e incluso a nivel internacional. Esta fama no necesariamente le ha traído beneficios, sino que lo ha puesto bajo un reflector incómodo, donde su credibilidad se cuestiona, especialmente cuando su programa también se dedicaba a exponer injusticias y defender a los ciudadanos.
El morbo alimenta la narrativa. El público se encuentra ante la incertidumbre de lo que vendrá para Macalpin: ¿Qué hará ahora? ¿Logrará resurgir en los medios o quedará marginado por la misma industria que lo catapultó? Este morbo no es gratuito, pues es un reflejo de una sociedad que se deleita en la desgracia ajena, en especial cuando involucra a una figura pública que ha tocado las fibras sensibles del poder político.
La ignorancia, tanto de la sociedad como del propio Macalpin, es otro factor clave. Por un lado, el público se encuentra desinformado o indiferente ante la manipulación que se realiza tras bambalinas, celebrando o repudiando a los protagonistas sin un verdadero análisis crítico. Por otro lado, Macalpin, abogado de profesión, parece desorientado. El comunicador que antes denunciaba injusticias ahora no sabe cómo defenderse, desconociendo los mecanismos de poder que ha criticado durante años. Esta falta de preparación para enfrentar las consecuencias de sus denuncias lo deja en una posición vulnerable y expuesta.
Finalmente, la corrupción es el hilo conductor de todo el escándalo. Desde las influencias que pudieron haber sido usadas para forzar su despido hasta el manejo mediático de su caso, todo apunta a un sistema corrupto en el que las decisiones no se toman por méritos o profesionalismo, sino por conveniencia política y económica. La forma en que se ejecutó el despido en vivo, no es solo una muestra de falta de profesionalismo, sino un testimonio de la impunidad con la que opera el poder en el estado.
Conclusión
¿Por qué despidieron de esa forma a Gustavo Macalpin? La respuesta, aunque clara en sus elementos, sigue envuelta en el misterio de los acuerdos no escritos que dominan la política y los medios de comunicación. Lo que queda es un espectáculo que, si bien ha generado fama y morbo, también ha evidenciado la ignorancia del comunicador ante las consecuencias y la corrupción que lo rodea. Lo que se puede esperar de Macalpin ahora es incierto: podría aprovechar su nueva fama para renacer como un crítico aún más influyente o, en cambio, podría desaparecer bajo el peso de un sistema que aplasta sin piedad a quienes se atreven a cuestionarlo.
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